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La Gonorriental.

Un espacio psicogeográfico

La Gonorriental no es propiamente un espacio físico, aunque bien podríamos yuxtaponerla sobre el mapa de la Comuna Nororiental de Medellín. De alguna manera, el nombre mismo es un juego de carácter fonético que indica esa zona de la ciudad. Sin embargo, quisiéramos entenderla más desde la perspectiva que abre Guy Debord, con la noción psicogeográfica.

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Dice en el número 1 de la Internacional Situacionista, de 1958 (1999, pag. 17) que la psicogeografía es “el estudio de los efectos precisos del medio geográfico, ordenado conscientemente o no, al actuar directamente sobre el comportamiento afectivo de los individuos”. El contexto en el Debord plantea esta idea está en el Situacionismo, movimiento de vanguardia de gran impacto en las corrientes tanto artísticas como socio-culturales y en buena medida políticas durante la segunda mitad del siglo XX, en el mundo occidental. De especial interés, para relacionar la psicografía con un imaginario punkero local como La Gonorriental, nos resulta el trabajo de Greil Marcus, Rastros de Carmín. Un historia secreta del siglo XX, donde presenta las estrechas relaciones del Situacionismo con el punk, por la mediación de Malcolm McLaren, cuando diseñó las estrategias comerciales que derivaron en la creación de los Sex pistols. Del ensayo de Marcus, tenemos referencias muy directas de las implicaciones situacionistas en el movimiento punk londinense que, a la postre, impactarían en todos los países donde la semilla punk logró crecer. 

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En este sentido, la conexión de las ideas de Guy Debord con el movimiento punk es muy fuerte y nos resulta especialmente atractivo leer el imaginario urbano, ligado con la Comuna Nororiental de Medellín, desde la noción psicogeográfica de La Gonorriental. Aunque nuestra lectura dejará de lado las implicaciones ideológicas y políticas del Situacionismo, a partir de las nociones del Urbanismo unitario, por ejemplo, sí que consideramos un gran ejemplo de activación afectiva y emocional que el espacio geográfico de la Comuna Nororiental produce en las nuevas generaciones de punkeros que la habitan. Desde la propia denominación, con alta carga tragicómica de carácter lúdico, en el que se juega con la homofonía de la Comunca Nororiental, se plantea un escenario alternativo de expresión, más allá del contexto geográfico específico, que atraviesa incluso la historia misma del barrio que, latente, pervive en sus habitantes. John Jairo Girlado “Tetilla”, de la agrupación Dekadencia, nos refiere el nombre de Gonorriental, como una condición natural de la superviencia en los barrios que conforman el territorio, atravesados por la violencia permanente desde los años 80, dice que el nombre proviene de la constante expresión de los jóvenes acerca de la situación que tenían que afrontar: “todo lo que pasaba en la comuna era ‘gonorrea’, qué gonorrea por aquí, qué gonorrea por allí…”. La palabra “gonorrea” se usa coloquialmente para referirse a algo malo o desagradable (en alusión a la enfermedad venéra) y es así cómo los jóvenes interpretaban su entorno. Todo lo que se vivía en los barrios era peligroso, hostil, difícil, y dichos jóvenes encontraron en dicho término una definición quizás más acertada de lo que el lenguaje oficial permitía. 

 

Pero lograron ir más allá de dicha queja sobre la situación social. Daniel Alzate “El Pelox”, baterista, precisamente de la agrupación Gonorrea de Banda, sabe definirlo de una manera precisa: 

“La Gonorriental es nuestro hogar. Hemos crecido entre calles, callejones estrechos, entre balas perdidas y gente muerta, pero La Gonorriental significa nuestra casa, nuestra sala, nosotros nacimos, crecimos y posiblemente moriremos en La Gonorriental. En un lugar donde aprendimos que es más importante un instrumento que un arma, más importante una baqueta que una bala, más importante el sonido de un tambor que el sonido de un fusil, hasta el punto que la vida nos ha demostrado que es posible salir adelante con medios distintos a los que impone el capitalismo y por los combos en los barrios. Nosotros, los de La Gonorriental, sabemos que la música, el arte y el ruido es lo más importante de nuestras vidas”.

David Ospina, baterista de Los Plones, revivindica la memoria socio-histórica del territorio, diciendo que si bien se ha estigmatizado por la violencia es allí “donde han crecido las mejores bandas y leyendas de la escena rockera de la ciudad, desde el ultrametal hasta el punk”, y lo conecta con el estado actual de la comunidad que conserva el interés por la situación del barrio: 

“En este momento somos un montón de pelaos, hay más de 40 bandas en la zona y hacemos cosas por la gente pobre, por el que necesite medicina, un mercadito, juguetes para los niños en diciembre… no le pedimos un peso a la alcaldía, simplemente pedimos un permiso para realizar nuestras cosas. Somos muy unidos, nos unimos punkeros, metaleros, raperos y somos uno, acá empuñamos los cinco dedos y eso se vuelve un puño en la cara el hijueputa”.

Al respecto, Richard González “Ripo”, promotor de punk en la comuna dice que:

“La Gonorriental es la esencia pura de lo que somos como familia. Aquí no nos interesa si vos sos de otra comuna, acogemos un montón de gente no vive aquí pero se sienten acogidos por nosotros”.

Acerca del tema familiar, Samuel Vélez “Careloco” dice, exactamente que:

“La Gonorriental, además de una zona de la ciudad, es una familia, es un parche de música, de ruido, es una hermandad que vive por el punk”.  

Como vemos, la relación con el espacio en el territorio denominado La Gonorriental por parte de sus habitantes, por lo menos aquellos que hemos destacado en este trabajo en torno al punk, va más allá de una localización geográfica dentro de la organización urbanística gubernamental. Se trata de una relación emocional que almacena estados psíquicos y afectivos, una suerte de universo simbólico en el que confluyen deseos, aspiraciones, anhelos de orden colectivo entre los jóvenes que buscan conservar una unidad identitaria en torno a la música y la expresión punkeras. Por ello nos interesa rescatar el sentido de lo psicogeográfico, para reconocer las relaciones con el espacio más allá de las determinaciones espaciales, o por lo menos, mantenerlas incluyendo factores afectivos y emocionales. Así, La Gonorriental, debería entenderse no sólo en términos espaciales (aunque este “espacio” sea mental como hemos dicho), sino en terminos direccionales, que incluyen rutas y tránsitos en el marco general de la Comuna.

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Y es que, precisamente, la psicogeografía, incluso más allá de las definiciones situacionistas, se conecta con el vagabundeo, la errancia, el paseo o el callejeo urbanos. Estas variantes abren el espectro hacia otros autores y otras manifestaciones culturales y artísticas y, quizás, sostienen de manera más adecuada el impacto de las rutas punkeras dentro del imaginario urbano. De alguna manera, el sentido general de la crítica psicogeográfica, insistimos, más allá de Debord, es palpable en cualquier búsqueda ajena al espíritu normativo de la ciudad moderna capitalista, colmada de rutas, tránsitos, recorridos y direcciones preestablecidos, según flujos y velocidades ajenas a la experiencia motriz del individuo caminante. Así, todo aquello que se atreva a recorrer los espacios según velocidades distintas a los vehículos automotores y los trenes metropolitanos, seguramente será mirado con sospecha y precaución. Y es justo lo que podemos reconocer en el impacto social que se percibe cuando los jóvenes punkeros transitan por las calles de la ciudad. Evidentemente sus rutas son psicogeográficas: son recorridos de paseantes que, aun pareciendo vagabundeos, se rigen por ciertos trazos definidos según la búsqueda de espacios afectivos de sociabilidad. Si bien estos trazos urbanos siempre han existido en la ciudad, y como prueba están los cada vez más frecuentes ejercicios cartográficos del punk en Medellín, consideramos especialmente atractivo el que se refiere a La Gonorriental. Y es atractivo porque, incluso más allá de su evidencia geográfica, ubicable eventualmente en un mapa, es también un estado psíquico que permite reconocimientos identitarios y formas de organización simbólica dentro de la escena misma. 

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Es posible hacer una cartografía de La Gonorriental, y de hecho la haremos, pero para nuestro trabajo es quizás más importante reconocer en ese espacio un estado potencial que puede materializarse a través de prácticas sociales concretas. De hecho, hemos propuesto tres, como lo mencionamos atrás: el evento musical performático, la jornada de grabación musical y la brigada experimental de intervención urbana. Estos tres acontecimientos nos permiten no sólo hablar de una referencia espacial y geográfica, determinada por individuos que habitan una zona de la ciudad, sino concretar estados afectivos orientados por un imaginario simbólico. La Gonorriental, pues, no es sólo un lugar físico, también es mental y emocional. Pero no lo es porque sea producto de la imaginación individual, sino porque se deriva de la construcción colectiva en torno a un espacio no determinado por las reglas de planificación urbana. Es en ese sentido que reconocemos la cualidad psicogeográfica de La Gonorriental. 

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Debemos, de todas formas precisar aspectos propiamente geográficos para entender la correlación con el universo psíquico activado a través de las acciones artísticas, conectadas con la autogestión, que proponemos en el presente trabajo. El espacio concreto que nos interesa, como lo hemos dicho es la Comunca Nororiental, que comprende los barrios Popular (C1), Santa Cruz (C2), Manrique (C3) y Aranjuez (C4). El espacio específico, del cual parece surgir la denominación es el Barrio Aranjuez, es decir, la Comuna 4. Inicialmente, el trabajo de convocatoria para los jóvenes músicos que quisieran participar, se realizó en este barrio, aunque estuvo abierto a los otros tres. El resultado fueron 11 bandas dispuestas a participar del proyecto, de las cuales la mayoría eran de Aranjuez, como estaba previsto, dado que es allí donde el género más se ha manifestado históricamente. 

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